Carta a mi yo de los diecisiete años

Creo que esta carta merece ser leída por todas las personas que nos hallamos en el entorno de la educación: aitas, amas, amamas, aitites, alumnado y profesorado… ¡¡¡Gracias, Amaia Barrena por decir en alto lo que muchas personas sentimos en lo más profundo!!!


Querida yo de los diecisiete años:

Sé que tienes un pie en la universidad y la cabeza en un futuro. Desde allí te escribo esta carta a contratiempo. Soy la mujer en la que te convertirás dentro de algo más de una década y vengo a decirte lo que ojalá a mí me hubieran dicho entonces.

Ahora mismo tendrás medio cuerpo enterrado entre libros, nerviosa por una selectividad que según dicen, marcará quién eres. Como si existieran las decisiones irreversibles. No tienen ni idea. Vas a aprobar, tranquila. Sacarás tu carrera, estudiarás idiomas, buscarás trabajo como un coyote persiguiendo un correcaminos, y un día, por fin, serás profesora. Te has imaginado con una pizarra a tu espalda y el mundo de frente desde pequeña. Sé que sueñas con seguir creciendo entre recreos y carreras por los pasillos. Piensas que nadie necesita más ayuda que los adolescentes, que viven en guerra sin trinchera consigo mismos. Quieres ser quien ondee un pañuelo blanco cada mañana en cuánto se oiga el timbre. Tierra firme entre apuntes, una socorrista en seco para quienes se ahogan en mares de dudas. Quieres enseñar a otros lo bonito de conjugar el más inacabado de los verbos, “aprender”. Escribirlo hasta que suene a convivencia, cariño, respeto, disciplina, esfuerzo, valor. El instituto es una fábrica de personas, es un torno enorme donde se moldea el carácter. Y tú quieres mancharte de barro.

Lo harás, serás profesora. Irás a clase sin faltar nunca. Hasta que no puedas más. Una mañana te descubrirás a ti misma pensando que ojalá te atropellara un coche en el paso de cebra que hay frente a tu instituto. No pasará ninguno. Pero acabarás arrollada. Pedirás una baja por depresión después de sufrir ataques de ansiedad casi diarios. Dejarás tu trabajo y tu vocación. Te negarás a tener que medicarte para poder volver. Aunque muchos de tus compañeros lo hagan. Porque desgraciadamente, la enseñanza no era como la imaginaste. No podrás ayudar a los inadaptados porque no hay recursos suficientes. Así que los tendrás en tu aula hasta que sea insostenible para ellos, para el resto de alumnos y para ti. Tendrás una legión de padres con los que el sistema no te ayudará a entenderte. Tratarás cada día de hablar, enseñar y cuidar a terroristas emocionales de quince años. Algunos te harán sonreír y sentirte orgullosa. Pero otros te irán empequeñeciendo, gesto tras gesto, grito tras grito. Te verás ignorada y desprotegida. Y cuando te den la baja, tus compañeros se volverán locos para cubrirte hasta que te sustituyan. Pasarán entre una semana y quince días haciendo tu trabajo en las horas libres del suyo porque así lo manda la política educativa. Y como tú, soportarán un gran estrés. Pero nadie les tomará en serio, porque al final, tienen un buen sueldo y tres meses de vacaciones en verano.

Te espera un buen futuro aunque no sea el que imaginas. Vas a escribir cartas, como esta. Y las leerás en la radio. Podrás contarle a quien te escuche el reto que hay tras la palabra “educación”. Y en un día de huelga, un 12 de diciembre de 2017, buscarás aliados para quienes siguen siendo profesores. Todos somos alumnos sin aula, no lo olvides. Es una responsabilidad común conjugar el verbo “aprender” de forma adecuada.

Con cariño,
Tu yo superviviente

Amaia Barrena


Y aquí el enlace por si quieres escucharla de viva voz.

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