Colaboración con Onda Vasca, con Kike Alonso en «Atsalde pasa«, para poetizar el mundo, hasta donde nos deje la vida…
Esta vez nos acompaña la gran poeta Begoña Abad que durante cincuenta años vivió una vida que «no era la suya», como madre y esposa abnegada sujeta al papel que la historia había reservado siempre a las mujeres. Sólo en la poesía, que era su refugio, conseguía vivir.
«A los cincuenta me nacieron alas», dice en un poema. Es el momento en el que logra la independencia económica y consigue un trabajo en una portería de Logroño y una vivienda en el último piso del edificio, desde donde puede ver los tejados de la ciudad. Bego Abad defiende su profesión de portera, «de abridora humilde de puertas y de almas», de «artesana de la palabra» que «modela la vida a diario», mientras se deja sorprender por esta «experiencia que supone el hecho de estar viva».
Fernando Rey es profesor en la Universidad de Navarra y premio «Euskadi» en el apartado de mejor traducción literaria al euskera, y tuvo la excelente idea de seleccionar 112 poemas de Begoña Abad ( preciosa idea la de elegir 112 poemas: el número al que llamamos cuando necesitamos ayuda) y los ha traducido al euskera: “Para poner alas a la vida” la antología en edición bilingüe. De este libro compartirá Begoña algunos poemas.
LA MEDIDA DE MI MADRE
No sé si te lo he dicho:
mi madre es pequeña
y tiene que ponerse de puntillas
para besarme.
Hace años yo me empinaba,
supongo, para robarle un beso.
Nos hemos pasado la vida
estirándonos y agachándonos
para buscar la medida exacta
donde poder querernos.
INFINITO
Ayer me hablaste del infinito
y no te diste cuenta
de que no cabía en tu boca la palabra
y se escapaba al nombrarlo,
labios llenos de infinito,
y se subía a tus ojo,
como espuma,
y resbala, pecho abajo,
y el suelo se llenó todo
de gotas de infinito,
como copos azules, era
y ascendió en nubes con formas divertidas
y tus manos, queriendo recogerlo,
para meterlo de nuevo en tu boca,
y reías, reías…
«Te quiero infinito, abuela»,
repetías y repetías.
Cociendo arroz
En este momento,
en el silencio de mi cocina
mientras vigilo el arroz que cuece
y escucho gotear un grifo imperfecto,
pienso en mujeres lejanas
que se cuelgan un fusil a la espalda
para adentrase en la selva.
O en las que se cuelgan el hijo
y caminan horas en busca del agua.
O en las que se desvisten
en un cuarto triste, para venderse.
Las desterradas hijas de Eva
del imperfecto mundo que gotea.
MI MADRE VIVIÓ EN ESTOCOLMO
Los últimos años de mi madre
fueron de regreso de tan largo viaje
y eso cuesta la vida.
Podía verla mientras se desataban
sus mínimos lazos color de rosa.
Ella los ataba cada día,
como una Penélope de andar por casa
y la Vida volvía a desatarlos sutilmente,
¡Cómo es la Vida de sutil con los más adormecidos!
Desde mi orilla le hacía señales
para acercarla a la frontera apacible
de su infancia en el molino,
su tiempo feliz de ardilla trepadora,
pero ella, asustada, buscaba refugio
en su Estocolmo particular.
De nada me servía explicarle
que era frío y lejano ese lugar
que solamente existía en su fabuladora mente
y que aquí y ahora, era el mejor regalo para vivir.
En cada viaje yo trataba en vano
de sumar puñados de palabras
para trazar un istmo que uniera dos lugares,
sabiendo, como sé, que el yo siempre separa
(una de mis contradicciones).
Y tiraba, desesperadamente, de sus alas,
que ella apenas desplegaba ya.
Decidí un día dejarla en Estocolmo y mirarla feliz.
La abrigué lo mejor que supe
y cada una en la orilla de su continente
aprendió el lenguaje de su único país posible,
para despedirnos en balbuceos torpes.
Se parecía mucho al enigmático lenguaje de las ballenas.
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SOY DE ARGENTINA. SIEMPRE AMÉ PODER ESCRIBIR. ALGUNOS POEMAS ESCRIBI EN MI INFANCIA. LUEGO DEJÉ CUANDO FUI MADRE , HOY DESPUÉS DE MI SEPARACIÓN ESCRIBO . SIENTO QUE LO HAGO DESDE EL DOLOR , PERO TAMBIÉN DESDE EL AMOR.