Isabel Martín, la ternura cotidiana revolucionaria
TEXTO: Rafael Calero Palma (escritor y poeta).
La primera vez que asistí al encuentro poético Voces del Extremo, que tiene lugar en Moguer (Huelva) durante los últimos días de julio de cada año desde hace ya más de veinte, y que coordina el poeta Antonio Orihuela auspiciado por la Fundación Zenobia – Juan Ramón Jiménez, fue en 2013. Aquel año, entre el numeroso grupo de poetas que participaban en el encuentro, había muchos nombres de poetas consagrados y cuyas poéticas a mí me atraían y había tenido ocasión de leer con anterioridad: Begoña Abad, Isabel Bono o David Castillo, por citar solo algunos nombres de la amplísima nómina. Sin embargo, la gran sorpresa para mí en aquel momento no fue ningún poeta de renombre o que llegara respaldado por una obra sólida y/o extensa a sus espaldas. Había aquel año allí en Moguer una joven poeta que me sorprendió como nadie. Su nombre, Isabel Martín. Cuando acabó de recitar sus versos, pensé que aquella poeta daría mucho que hablar en los años venideros.
Desde aquel momento hasta ahora, cuando escribo esto, he tenido la oportunidad de seguir la evolución de su escritura, así como de volver a asistir a alguno de sus recitales. Y he ido viendo la progresión y los cambios que ha experimentado la poeta onubense. La última vez fue solo hace unos días, también en Moguer, en uno de los lugares más bonitos de este hermoso pueblo, la Plaza de las Monjas. Ver recitar a Isabel Martín es una experiencia maravillosa para los sentidos, porque Isabel Martín, no sé si lo he dicho ya, es una poeta muy original. Definirla exclusivamente como poeta no se ajustaría rigurosamente a la verdad. Isabel Martín, para quien no lo sepa, se gana la vida como arquitecta. Y escribe, desde hace mucho tiempo, “cuentos, poesía y algunas cosas más por activismo y supervivencia,” que, en mi opinión, es el mejor motivo para escribir. Y además de escribir, canta flamenco (aunque ella insiste una y otra vez, en que sus cantes son “pa fregar los platos”) con una voz dulce y un acento dulce, más dulce que el vino de su tierra, que a veces te hacer reír y otras veces te hace llorar. Porque en Isabel, que es la pasión poética personificada, afortunadamente, no existen los términos medios.
Isabel Martín nació, si las cuentas no me fallan, en 1986, en la Punta del Moral, al lado mismo de Isla Canela, por Ayamonte. Un lugar que, durante su niñez, era un paraíso terrenal, y hoy es un espacio sitiado por el turismo y destruido por los que no ven más allá del euro cortoplacista. Por eso ella, que es una mujer para quien la naturaleza y la belleza son casi tan imprescindibles como el aire que respira, denuncia en sus poemas la sinrazón de ese turismo desbordado, absolutamente deshumanizado, otra locura del capitalismo salvaje que arrasa cuanto encuentra a su paso, sobre todo si es un espacio natural cercano al litoral. Pero en la poesía de Isabel Martín hay mucho más que denuncia ecológica. Ella misma lo dice así, orgullosa de su marcado acento onubense, cuando le preguntan qué cosas le preocupan, contesta con determinación: “El feminismo, el subdesarrollo territorial, el valor de lo cotidiano y su carácter político, la historia y su memoria, las mujeres pasadas, presentes y futuras y todos los silencios”.
Isabel Martín publicó su primer poemario —aunque ya tenía tras de sí un rastro de poemas incluidos en publicaciones colectivas— en el verano de 2018. Se titula 90.3 de vaciante (un término que tiene que ver con las mareas y la pesca, y que está conectado directamente con los días de su niñez y con su abuelo) y lo editó la Asociación Cultural Crecida, vinculada al poeta Eladio Orta, también, como la propia Isabel, de Isla Canela, amigo de la poeta, y una de sus influencias más reconocibles y a quien ella llama, en el poema “Líderes al sol”, “el poeta de la isla”. Crecida solo publica un libro al año, pero, tal vez por esa misma razón, siempre es un libro de gran calidad. En 2018 apostaron por los versos de Isabel Martín y acertaron de pleno. Porque este libro es —ya es hora de decirlo— muy bueno. Poemas como “¿tú de quién ereh?”, con recuerdo/homenaje al cada día más añorado Carlos Cano y a su María, la portuguesa; “sh, sh, eh, guapa,”, “Primera línea caníbal”, “Compases” o “Moda”, ponen el listón muy alto.
«En estos versos hay rabia pero también hay ternura. En estos versos hay denuncia pero también hay unas gotitas de esperanza»
La voz de Isabel Martín viene de los confines del tiempo porque es la voz de miles de mujeres que fueron y estuvieron en este mundo antes que ella, anónimas unas, famosas otras, todas imprescindibles. En estos versos está su madre, Damiana Ruiz, “que cantaba por Rocío Jurado y Lole y Manuel”; y sus dos abuelas: María, “que hace el arroz con cigalas más rico que hay”, e Isabel, “que tiene las manos más bonitas del mundo”. También están las voces de mujeres eternas, como Emily Dickinson, Gloria Fuertes, Angela Davis, Billie Holiday, Adrianne Rich, Emma Goldman, la Repompa de Málaga, Martirio… Y también están todas esas mujeres que sufren la violencia ejercida por el sistema patriarcal capitalista, las que son atacadas por “las manadas”, las de ahora y las de antes, o por los hombres que un día les dijeron que las amaban, pero que demostraron con creces que no era cierto. Y las que curran por un sueldo de mierda. Y las de “allí”, simplemente porque han tenido la mala suerte de no nacer “aquí”, como explica Isabel en un poema. En estos versos hay rabia pero también hay ternura. En estos versos hay denuncia pero también hay unas gotitas de esperanza.
Los poemas de este libro aglutinan voces múltiples que convergen en una sola voz, que no es otra que la de la propia Isabel. Aquí lo que importa de verdad es lo pequeño, lo cotidiano, que como alguien escribió por ahí, también es político y que, al fin y al cabo, siempre es lo que más duele. Por suerte Isabel Martín cree firmemente en el poder de la poesía para transformar la sociedad, en su capacidad para que este mundo en el que vivimos sea un lugar menos malo. Por eso escribe poesía con alegría, como herramienta de transformación y de empoderamiento femenino. Por eso, nos gustan tanto los poemas de esta poeta alegre, vitalista y combativa. Por eso cuando llegamos al final del libro, deseamos volver de nuevo al punto de partida. Porque no queremos que se acabe nunca el gozo de leer estos versos. Si aún no conoces este libro búscalo y hazte con él. Y si tienes ocasión de asistir a una lectura/recital de la poeta de Isla Canela, no se te ocurra faltar. Estaremos muy atentos a las próximas publicaciones de Isabel Martín, porque estoy seguro de que esta poeta dará mucho que hablar en los próximos años. Y como dice la autora en el poema “¿Vulnera-qué?”, “pues esto es lo que hay».