Dice Miguel Martínez: Está bien que haya un día de los muertos. Molaría también que algunos muertos levantaran la cabeza y vieran el mundo de los vivos. Este es un poema (inédito) sobre el asunto.
Pobrecitos los muertos
Pobrecitos los muertos
tan pasados de moda
con sus expresiones arcaicas
con su pijama de huesos
qué simpáticos los muertos
tan sonrientes y flaquitos
tan parecidos entre ellos
Pobrecitos no se enteran de nada
ni siquiera saben que están muertos
porque ya no tienen ojos ni orejas y sin boca
tampoco tienen tema de conversación.
Qué ingenuos y qué anticuados
se nos quedan siempre los muertos.
Algunos fueron vivos ilustres y brillantes
tuvieron el cerebro lleno de ciudades luminosas
trescientos millones de neuronas estresadas
y ahora ya sólo les crece la ignorancia
y un gusano que cruza cada veinte años
su calavera vacía.
Galileo está muerto
no ha visto nunca
posarse como una mosca
sobre la luna de sus dibujos
al Apolo XI.
Expliquemos a Aristóteles
el sabio más sabio de la Antigüedad
lo que sabe un niño de cinco años:
que aunque no las vemos
en todo lo que existe
hay una fiesta salvaje de bacterias.
Pongamos unos auriculares a Beethoven
y que escuche un par de temas de Pink Floyd
montemos a Leonardo Da Vinci en un Boeing 747
Convenzamos a Buda para ir al cine
a ver la Guerra de las galaxias
Cambiemos el crucifijo de Santa Teresa
por un vibrador de última generación
y para Cleopatra unas gafas de realidad virtual.
Kafka, Orwell y las hermanas Brönte
diez años después os habrían curado
unos cuantos antibióticos.
Pobrecitos los muertos
vuestro capítulo final fue nuestro capítulo 1
lo sabíais casi todo del mundo
pero el mundo es un niño que te sonríe
y cambia de juguete.
Esta noche vuelvo a casa mientras ahí arriba
se balancean las mismas estrellas de siempre
y estallan aquí abajo otras guerras absurdas
Yo abro la ventanilla de este coche
que todavía no vuela
mientras me asalta una pregunta de hielo:
¿Cuántas cosas que ni siquiera imagino
voy a perderme?